12 enero 2018

La “consumerización” del aprendizaje: una tendencia al alza

  • El Alumno Moderno
Author: Matthew Maclachlan

Uno de los fallos fundamentales de la formación en la empresa es que lleva demasiado tiempo haciendo caso omiso de las conclusiones de la teoría del aprendizaje en adultos. Muchos de los implicados en el diseño de dicha formación se dejan seducir por la última moda, teoría o libro que ha caído en sus manos, sin llegar nunca a profundizar en ellos.

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Todos nos apuntamos al tren de los estilos de aprendizaje, y ya está más que demostrado que cometimos un error (p.ej., Riener and Willingham, The Magazine of Higher Learning). Ni siquiera el modelo de aprendizaje 70:20:10 se ha puesto a prueba a través de un estudio contrastado. Es importante tener esto en cuenta ahora que estamos ante un nuevo boom en el mundo del aprendizaje para adultos: la consumerización del aprendizaje.

Antes de emplear tiempo, dinero y energía en rediseñar de arriba abajo nuestros programas de formación para adaptarnos a lo que posiblemente no sea más que una moda pasajera, conviene investigar a fondo en qué consiste eso de la “consumerización”. Los trabajadores del siglo XXI sienten cierto recelo hacia los cambios de nombre o imagen sin un cambio real y positivo detrás, por lo que es fundamental que cualquier cambio que les propongamos esté bien fundamentado y probado.

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¿Qué es el aprendizaje?

Lo primero que tenemos que hacer es definir el aprendizaje. Crow y Crow, psicopedagogos, afirmaron que el aprendizaje “capacita a las personas para adaptarse tanto a nivel personal como social” en la forma de comportarse y de pensar (1963). El conocimiento es el aprendizaje a nivel macro; las capacidades son el aprendizaje a nivel micro. En el contexto de la empresa, el aprendizaje consiste en “los conocimientos, capacidades y competencias necesarios para desempeñar una o varias funciones,” (Cedefop, 2009:8).

Esto establece el contexto para el aprendizaje, y demuestra el valor de formar a los trabajadores—la formación les ayuda a hacer su trabajo. Pero el modelo tiene un fallo: si la formación está orientada a las necesidades de la empresa, el alumno no se siente motivado a aprender.

Hablar de “consumerización” es colocar al alumno en el centro de la formación, dotándole de los recursos necesarios para dirigir su propio aprendizaje.

Cada día decidimos en qué vamos a emplear nuestro tiempo y energía, y solo le dedicaremos tiempo al aprendizaje si nos reporta un beneficio directo. Las empresas, los formadores y los alumnos necesitan saber que la formación debe estar orientada al alumno.

El alumno perfecto

Este enfoque está bastante extendido desde los años 70 (p.ej., Richterich y Chancerel, 1977) y nos ha llevado a una visión ampliamente aceptada de cómo es el alumno. Según Merriam (2001), el alumno:

  • Es capaz de dirigir su propia formación.
  • Es rico en experiencias vitales.
  • Sabe aplicar lo aprendido a un papel social o profesional cambiante.
  • Reconoce de forma inmediata donde puede aplicar la formación a un problema.
  • Se siente más motivado por los factores internos que los externos.

Estas cinco cualidades, que definen al alumno competente, deberían hacernos modificar nuestra estrategia a la hora de ofrecer programas de formación en las empresas. La formación tradicional recuerda a una cinta transportadora: el alumno permanece inmóvil mientras se le van lanzando los conocimientos. Puede que se quede con algo, pero lo normal es que se le olvide prácticamente todo en cuanto abandona el aula. Este planteamiento no tiene en cuenta la capacidad de los adultos para elegir y decidir, ni su deseo de involucrarse en cómo se les plantean las distintas opciones.

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En este contexto, tenemos que hablar de la consumerización del aprendizaje. La palabra en sí no nos dice mucho: cuando pensamos en consumismo, pensamos en un cliente quisquilloso, consentido y excesivamente exigente. Pero en realidad, al hablar de “consumerización”—o transformación de la formación en un bien de consumo—a lo que nos referimos es a colocar al alumno en el centro de la formación, dotándole de los recursos necesarios para dirigir su propio aprendizaje. La formación puntual y en serie ya no es la tendencia imperante, aunque siga teniendo su espacio.

No es solo cuestión de que el alumno moderno o el Millennial cuenten con acceder al aprendizaje a través de cursos digitales en formato mini, que también. Lo importante es que esta estrategia funciona. Un sistema que les da a los alumnos la posibilidad de acceder a los métodos adecuados para potenciar las capacidades que ellos quieren, como y cuando quieren, no solo les motiva a aprender por su cuenta, sino que resulta más eficaz y eficiente para la empresa.

Un alumno multitarea y “multipantalla”

Los alumnos emprenden el viaje por su cuenta, y se ven obligados a plantearse por qué están aprendiendo.

¿Por qué es tan normal encontrarse a una persona—de cualquier edad—viendo la tele y mirando a la pantalla de su Smartphone o tableta a la vez? Queremos acceder a la información que proviene de distintas fuentes, por medios distintos y en momentos diferentes; una de las mayores equivocaciones de las teorías de los estilos de aprendizaje fue dar por hecho que cada persona tenía un estilo de aprendizaje principal. Al proporcionarle al alumno la posibilidad de leer artículos, implicarse en una actividad reflexiva online, autoevaluarse, ver un vídeo, o cualquier otra acción auto-dirigida, llegan al aula sintiéndose ya comprometidos con el aprendizaje y bien informados.

Esto mejora inmensamente la experiencia de aprendizaje. Los alumnos emprenden el viaje por su cuenta, y se ven obligados a plantearse por qué están aprendiendo. Al hacerlo, empiezan a centrarse en cómo aplicarán las nuevas capacidades a resolver temas relacionados con su trabajo. La utilidad práctica es un incentivo para nuestra parte más perezosa, que quiere que todo en la vida sea más fácil y rápido.

Liberar al aprendizaje del aula

El aprendizaje pasa de darse en un aula formal a suceder allí donde esté el alumno cuando accede a los contenidos—ser capaz de salir del aula y entrar a formar parte de nuestro día a día es el mayor reto al que se enfrenta la formación. Lo digital empieza fuera del aula, y el alumno se trae los contenidos a clase voluntariamente, y se siente motivado para aprender más. Pasa de ser “un ladrillo más en la pared” a atravesar esa pared para salir al mundo.

Una vez en el aula, o con el formador, el alumno está preparado para aplicar los conocimientos de forma inmediata. El formador deja de ser la única fuente de sabiduría para convertirse en un facilitador que combina sus propias experiencias con las de los alumnos para fomentar el aprendizaje.

Un reto para los formadores

Este modelo de formación resulta mucho más complicado tanto para el formador como para el diseñador de contenidos. Les exige dar un paso atrás para adquirir una visión más amplia antes de adentrarse en los detalles concretos del mundo del alumno.

Los expertos en Formación y Desarrollo se enfrentan a un reto. Hoy en día, elegir el método más adecuado tiene mucha menos importancia que asegurarse de que se pone en práctica correctamente.

Ya no valen las generalizaciones poco documentadas. Tampoco pueden recurrir a un modelo único de libro o teoría, sino que tienen que adquirir conocimientos profundos de un amplio abanico de teorías. Al estar los alumnos mejor preparados y disponer de más fuentes de información, se desmitifica un poco el papel del formador, que se convierte en el martillo que logra, a base de golpes, que lo abstracto pase a ser concreto.

También cambia el papel del diseñador de contenidos. Es muy posible que desaparezca el concepto de programa formal de formación. Lo más probable es que en su lugar se desarrolle una infraestructura en la cual los objetivos de la organización y del trabajador marquen el camino del aprendizaje, con un panel de expertos y consultores encargados de lograr que el aprendizaje se convierta en una realidad.

Los expertos en Formación y Desarrollo se enfrentan a un reto. Hoy en día, elegir el método más adecuado tiene mucha menos importancia que asegurarse de que se pone en práctica correctamente. Lo esencial es conseguir el equilibrio adecuado, y para ello es necesario que conozcan a fondo la materia y sean capaces de asegurar que la formación se ajusta a las necesidades del alumno.

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